Habitación 43



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Es un día distinto. Es distinta también la noche. Y pensé que nada podría alterar el curso del sentimiento. La distancia es la que acumula todos nuestros sueños pasados y los presenta como un incomprendido plato principal. Todo en este tiempo resulta ya extraño, sin convicciones, sin esperanzas, sin anhelos que buscan ser reales.

La indiferencia me ha sumido hoy a un triste estado. No sé quién soy…he olvidado mi identidad y lo que me convertía en un ser hecho y derecho. Supongo que esta pierna ya no podrá andar. No más caminatas alrededor de esa calle…ese sendero que ocupa un lugar tan intenso, tan mío, tan propio de mí como de ella. Sólo sé que cuando nos vemos en esos segundos aún estamos vivos y todavía recordamos quiénes somos.

Quería que la llame por su nombre las veces en que nos encontrábamos. Deseaba que no pase por alto aquella hora mágica en donde nuestros cuerpos, bajo la comunión de los astros noctívagos, quedaban rendidos y maltrechos, después de una guerra sin aliados ni armamentos; solamente los dos, frente a frente, secretamente entre la complicidad del silencioso mundo. Pero no, no quería que el universo me la arrebate. No ansiaba regalar unas sílabas que pudieran delatarla. Era entonces cuando en susurros le decía:

“Tu nombre no me pertenece. Pertenece a los ancestros que te han dotado con tal denominación. El nombre es aquel custodio de los que desean esconderse decidiendo pasar el resto de su existencia siendo identificados con una etiqueta que no podrán registrarla en su boleto de último viaje.
Prefiero reconocer que eres mía sin que tu nombre manche nuestras confidencias. Sentir que tus besos callan las nostalgias y sinsabores de cada día. Aprisionar tus brazos que libertan las cadenas de la eterna monotonía, que es este llamarme como me llamo y sufrir por pensar en tu nombre.

Por qué no contentarnos con decir simplemente…que es el corazón quien guarda nuestros secretos más oscuros cada noche; secretos que a plena luz del día se bañan de hastío al fingir lo que no somos. Nos empeñamos en ser dos extraños en la plenitud de la soñolienta madrugada, escapando del murmullo de la gente. Nos hacemos llamar dos locos ansiosos por beber la luna en el tácito periplo de las estrellas danzantes. Por más que olvidemos nuestros nombres, seremos, cual corazones errantes, prisioneros de nuestra fama, esclavos de nuestro eterno amor. “

Esto bastaba para que pusiera su dedo índice sobre mi boca, haciendo queja de mis elucubraciones. A veces, las palabras carecen de sentido alguno cuando en lo que realmente pensamos es en un beso. Místico truco encantado el dormir en sus labios suaves, cayendo en esa ánfora que hace perdurar a la calidez del aliento.

Pero recordar esa historia, antes de empezar a relatar las horas previas, los minutos del primer resplandor del día, el primigenio rostro de la humilde alegría que era despertar pensando en ella, con la seguridad de verla en las siguientes milésimas. Estaba todo preparado. Sabía que iba a sentir la simétrica forma de sus morenos brazos.

Cuando la tarde regalaba algunos rayos de sol, perdidos en las nubes que horas antes cubrían al cielo…mi corazón se encaminaba hacia el murmullo incomprendido de lugares confusos en donde la maraña y la vorágine indescriptible de los seres humanos se convierte en la multitud de las palabras sin sentido, cual Torre de Babel envuelta en sombras.

Esperando al amor de mi vida en el recodo más ocupado del camino, el trémulo sentir y pensar de la mente y el corazón ante un descubrimiento revelador, misterioso y sublime.

La contemplé a lo lejos venir hacia mí…estaba hermosa…no dejaba de mirar sus ojos…y su rostro iluminaba mis pupilas de ternura…
Su cálido saludo tal vez puso en mí la rara sospecha sobre una situación atípica pero real…

Nos encontrábamos caminando charlando sobre calles entre abrazos y besos…hasta que al doblar la esquina…la inscripción señalando un lugar especial dejó en cada uno de mis tejidos musculares el primer atisbo de sorpresa. Entramos en silencio. Yo la seguía. El pasillo se tornaba estrecho…o era mi corazón el que no me dejaba auscultar magnitudes. Habíamos llegado al principio de nuestro amor. La Habitación 43. E ingresamos con una sonrisa en cada labio…enamorados…el uno del otro…

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