Gejor se pierde queriendo imitar a Chinaski

 

Cuando los dos estábamos calientes siempre era una locura. Aprovechábamos lugares sin iluminación para envolvernos en un placer recíproco, jugando con nuestras lenguas y nuestros dedos en una oscuridad taciturna. Muchas veces, en forma sorpresiva, aparecían vehículos que a bocinazos buscaban interrumpir los momentos íntimos. Sacábamos el dedo del medio y olvidábamos que esos frondosos árboles que nos cubrían también formaban parte de una plaza pública. Claro que siempre nos salíamos con la nuestra. No importaba que los universitarios salieran con sus mochilas y nos vieran. Ellos también atravesaban por esos conflictos pasionarios en las demás calles y veredas. El fin de los tiempos, según un antiguo profesor de la Facultad.

Más allá de aquellas horas de riesgo, luego estaba el caminar contigo e intercambiar puntos de vista. Siempre fuiste como la bailarina descalza que bailaba frente a los soldados en esos viejos versos de Neruda. Callada, humilde, sin emitir queja alguna, una camarada más que fungía de Madelon o de Marguerite Gautier, pero de la cual uno siempre termina enamorándose.

Morena, tostada por el sol de un país mediterráneo, tu belleza compendiaba a todo lo bueno y lo malo nacido de este mundo, extrapolado por el inconmensurable infinito del inabarcable universo. Bella, contradictoria, eras efímera en el enojo pero amarga en los rencores. Dual, porque el fuego y el hielo recreaba panoramas desde tus miradas y no había razones para entender que tu luz y tu sombra albergaban risas y llantos en ese suave resquicio de tu boca. Luego estaba el besarte y hacer una apología indescifrable sobre las virtudes de esos besos de Holocausto. Solo nosotros teníamos el derecho a llamarnos herejes e incorregibles.

Hay besos que son como preámbulos de ciertas muertes. Están los dados a contratiempo, a contrapeso y a contraluz, como el principal mecanismo inventado para dictar condenas o absoluciones. Luego están los labios que pronuncian frases a media voz, entre quietas bondades, utilizando a las palabras como un vehículo para adormecer situaciones. Es esa languidez de tu rostro la que obsequia nuevas virtudes al ocaso. Está ese otro mirarte desde una mirada distinta, que termina siendo el resultado de una atracción de abismos en perfiles magnéticos.

Lo que pudiéramos decirte hoy resultaría incongruente, caótico y hasta desafiante. Hay un verte y seguir viéndote a través de las sábanas imaginarias, pensarte y redescubrirte entre fórmicas aviesas sin siquiera poder tocarte. Establecerte en un nuevo altar de adoraciones y permitir que un ensayo neo-romántico suspire en tristes aires.

Claro que es imposible dejar de pensarte, entender que la posibilidad de un beso es creada por dos dueños de acciones que buscan las mismas intenciones. Y luego están las limitaciones del riesgo, ese intuir que puedes acercarte más y crear sueños desde tu boca que refugia vapores eternos. Vos, como una entidad única, mágica e indivisible que me roba suspiros y me impide ser un tipo común y corriente. Ay! Otra vez con tus delirios, Gejor. Más allá de ti, de nosotros o de los otros, reapareces como la existencia más precisa, regalando encantos y divisando estrellas sin nombre.

Cuando te veo, los ojos toman caracteres ciclópeos y sueñan con el uno en el universo de una mirada hecha por dos. Interrumpe el enormísimo cronopio con nuevos panoramas de exasperación y angustia, mientras un recorrido por tu cuerpo es un eterno capítulo de un libro de pulsaciones íntimas. Te sitúo en ese límite del sexo y el ars amandi, como un paso hacia ese abismo sin puntos finales. Tu cuerpo es un pentagrama de notas tristes que en medio de las improvisaciones reviven, saltan y juegan a ser un nuevo amor sin intermedios y finales in crescendo.

Abres las puertas del sur y la frase de William Blake hace que incurra en un ataque de pseudosnobismo. “Si las puertas de la percepción se depurasen, todo aparecería a los hombres como realmente es: infinito”. Te percibo infinita en esas puertas que guardan el tesoro de la perpetuidad, como el porvenir del poder absoluto. Bohemios y cómplices, lúdicos y telúricos, Gejor y vos, la sin nombre, la de rostro cálido y sonrisa sublime, la divina y la Diosa que solo puede adorarse en un terreno hostil y en las agonizantes horas del bar de medianoche.

Las sirenas de una patrullera se escuchan cada vez más cerca, y luego inevitablemente me doy cuenta que una vez más me arrestaron por “masturbar” a la paz pública. Gejor, nuevamente estuviste recorriendo la plaza a oscuras y sin ropa interior decente. Pago los 300 mil guaraníes de fianza y regreso a casa, sin nadie que me espere para reprenderme o darme una puteada. Maldito Chinaski.

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