Gejor y sus etílicos sueños húmedos

Lo peor era pretender que todo debía ser una obligación. Ya no había posibilidades para aprehender cada palabra, ni descubrir el motivo por el cual cada pensamiento podía atreverse a presentar nombres y excusas en las noches de blues y lamentos. Filosofías marchitas y pequeñas contradicciones en ciertos puntos incongruentes, hoy estaba el divisar una silueta inconexa luego de ciertos sorbos de un mal whisky del bar sin nombre.

Gejor escribiendo de manera desaliñada, con el olor de un cigarrillo de mala calidad y el aliento sucio, buscando una nueva respuesta pornográfica al significado de los contactos íntimos. El antídoto contra todos los males siempre era hacerse una buena paja. Estaba comprobado que masturbarse luego de los conflictos amorosos lograba aplacar la tristeza de los corazones solitarios.

Trazando pautas y arrojando monedas de la misma cara en un escenario inestable. Las huellas de un amor sin etiquetas nuevamente cobraban forma en algunos panoramas infranqueables, en peligrosos horizontes que no podían encontrar límites para el desenfreno y la nostalgia.

Repensarte así, alegre y tímida entre libaciones nocturnas. El perfume de tu cuerpo era el último bálsamo a ese recuerdo indescriptible. Adorarte en un silencio de Alida Valli perdiéndose en medio del cementerio vienés ante la mirada de un don nadie como Cotten, arrojaba quizás más luz a este camino de angustias que ya no desea un feliz retorno.

Caminábamos hacia un callejón sin salida. Teníamos que vernos siempre aunque el destino haya puesto temporarias lejanías. Amarte era un boomerang porque la bofetada siempre se convertía en un nuevo beso en la mejilla. Miradas duales que siempre regalaban contradictorios abismos de rabias y esperanzas, luego se dormían en un extraño sueño, a partir del suave roce de tu boca con la mía.

Tu luz como una pureza grandilocuente y dueña de su propia magnificencia, admitías al susurro y a la desgracia por verte sometida por la piel, la sangre, venas y arterias. Delirios de glóbulos rojos y blancos, amarte hasta el nervio y la médula, consumirte en una antropofagia de besos invertidos en forma del seis y el nueve. Desencanto, exceso, pérdida del conocimiento, morir arrebatándonos suspiros en nuevos delirios del romanticismo. Dos soles jugando a ser lunas en un eclipse de contraposiciones y contrapuntos, en un místico sueño de vida eterna.

Los ojos abiertos. Otra vez Gejor estaba soñando, balbuceando ese te amo que ya no lo decía hace tiempo. Nuevamente me echaron del bar y terminé meando en la esquina más oscura. Allí estaba nuestra calle, nuestra plaza “púbica” de justas erratas y cortazarianas. Mi pantalón estaba sucio pero ya no importaba. Una buena paja antes de reanudar las actividades laborales siempre me tranquilizaba. La jornada prometía.

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